Lumpenes y Macumbas
Había una vez unos lumpenes que se la pasaban en un laberinto de aquí para allá. Estos seres pequeñitos convivían apaciblemente en lo que consideraban su aldea y se creían dueños de sus actos, inadvertidos de que una mano diabólica torcía su destino según su antojo bajo un rigor adamantino. Los límites del laberinto eran los límites del universo lumpen, incapaces estos de representarse una existencia por fuera del mismo.
Un día decidimos, por pura curiosidad (y no sin alguna malicia), instalar un dispositivo experimental que consistía en un interruptor, que una vez activado, proveía algunos exóticos y deliciosos alimentos imposibles de conseguir en su acotado hábitat artificial.
Los pequeñitos devoraban el banquete con fruición y, seguidamente, comenzaban a rendir culto y pleitesía en agradecimiento a los Antiguos Dioses Primordiales. Así les llamaban. Pero, como hemos anunciado, esta mano sagrada tenía más de diablo que de santo. Y así, ejecutaban religiosamente su ritual una y otra vez convencidísimos de que el mismo era causa y consecuencia del favor divino. Las generaciones fueron pasando (la vida promedio de estos especímenes es de aproximadamente tres o cuatro semanas terrestres), y mito y rito fueron mutando caprichosamente, pero siempre conservando sus fundamentos esenciales. Danzaban, cantaban, hacían sacrificios, orgías y toda clase de prácticas que parecerían ridículas a cualquier adulto pequeño-burgués promedio moderno y occidental.
Hasta que un día vino un virus y mató al 90% de la población de los pobrecitos. El 8% restante se suicidó por depresión, y el otro 2% fue muriendo lentamente sin poder reproducirse y perpetuar la especie porque eran consanguíneos.
No, mentira.
Lo que sucedió después es algo mucho más asombroso. El equipo científico experimental decidió retirar el dispositivo de suministro de alimento, para observar y registrar así su comportamiento en escenarios de crisis. En un primer momento la diminuta comunidad corrió despavorida por el laberinto, pronunciando maldiciones y repartiendo culpas a diestra y siniestra por el supuestamente acaecido castigo del cielo. Se generaron violentas trifulcas y revueltas que exigían un cambio radical en el sistema político, se ejecutaron a algunos líderes disidentes y se canibalizaron recién nacidos al compás de ritmos muy básicos de tambor. Pero nada de esto parecía funcionar. Hasta que un sabio muy senil tuvo una idea insensata: recomenzar con los rituales mágicos que habían sido abandonados por la barbarie generalizada. Y luego de algunas dificultades, los habitantes de la tribu constataron no sin sorpresa como con sus runas y sus prácticas y su convicción el hechizo se manifestaba y aparecían los anhelados alimentos mediante generación espontánea. Y así, los lumpenitos siguen festejando (y gozando) hasta el día de hoy sus manjares y delicias automati-magicamente producidas.
Este es un misterio que hasta el día de hoy desconcierta a los científicos.
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