UNA TARDE DE VERANO
Una tarde de verano
Día 1:
La
tropa de malandrines se presentó intempestivamente en el jardín de mi casa. Yo
que estaba de lo más tranquilo, fumando y pergeñando un meme bien sucio para
romperles la cabeza a mis amigos y obliterar así el hastío de un domingo en
blanco y negro, no podía dar crédito a lo que veía. Hoy en día todo el mundo
sabe lo que es una tropa de malandrines,
pero en aquel entonces mi conocimiento sobre la materia era escaso o casi nulo,
por lo que no atisbaba a imaginarme que
la presencia de aquella microscópica cuadrilla de criaturas de mierda
sería el principio de mi perdición.
Esos
seres de dudosa procedencia y extemporáneo presente manifestaban un sordo
berrinche en el puto jardín el cual ya parecían haberse expropiado. Pero claro,
uno no puede ir así nomás y darse el gusto de aplastarlos como insectos (que
son) con ese satisfactorio crujido seco que seguramente deben producir: porque
está al tanto del aura de misterio que las leyendas han tejido alrededor de su
inefable existencia, y te comes un garrón de la san flauta. Entonces así me
descubro a mí mismo, como un mero espectador pasivo, mientras ese hatajo de forajidos
salidos de vaya uno a saber que maltrecha invocación distópica-druídica
casteada por un nigromante intoxicado e incompetente se le ocurrió hacer…
mientras ahí están los boludos destrozando todo lo que ven o pueden con sus
frágiles extremidades de hormiga, siguiendo el compás de una danza estúpida y
sin sentido, gritando (murmurando, según sus limitaciones físicas lo permiten)
un estribillo de guerra en su diminuto festín orgiástico. Consternado, azorado,
paralizado, los observé un buen rato, hasta que concluí que no podían revestir
una amenaza realmente seria. En consecuencia, tomé la decisión de hacerlos
retroceder a punta de manguera y agua fría. Y así fue. Esa bacanal infecunda
que no tenía razón de existir en mi jardín se disolvió como un prematuro
embrión misoprostoleado, lanzando mientas tanto una multitud de lo que pude
reconocer como improperios de un primitivo idioma del averno.
Cuando
la noche se cerró, me encontró desvelado en frente de mi ordenador navegando
por portales esotéricos en busca de información sobre la naturaleza aquellxs
animales alienígenas. Fue en vano: todo lo que encontré fueron canales truchos
de gente aburrida, memes, artículos pseudo-científicos, más memes y
creepypastas.
No hay scroll que nos salve.
Día 2:
Hoy a la mañana me desperté con un
sustancioso sentimiento de turbación y antinomia que fue difícil de sacudir,
aun después de varios cigarrillos e infusiones mateinómanas. Recién pude
recobrar el control sobre mi cuerpo y alma cuando me encontré a mí mismo en el
vagón del subte. Las viejas, los vendedores, el asiento duro y las publicidades
coercitivas y rutilantes surtieron un efecto en mí cual si fueran runas
ancestrales de un ritual inexorable. Ahora me siento más tranquilo, pensé. ¿No
sería lo de anoche alguna especie de fantasía neurótica, y esto la realidad? ¿O
puede ser que fuera al revés? Como sea. Usted está en estación: Castro Barros.
Sigan con sus insignificantes vidas. Pordioseros del engranaje. Que yo me voy a
la mierda, a la oficina, a seguir con mi propia vida de mierda.
Después, de vuelta en el subte,
volviendo a casa. Obviamente no pasó nada interesante en el trabajo, por suerte
(o por desgracia): todo sigue igual de bien. Me encuentro scrolleando el feed:
noticias de ayer. O de anteayer quizás. De repente mi atención se detiene sobre
una publicidad. Sí, una publicidad. Que llama poderosamente mi atención.
“Control de plagas: cucarachas, pöltergeist, desamores, alquimia experimental, tropa de malandrines, etc”. Quedé
conmovido estructuralmente, aunque disimulé, guardé el número y simplemente
cambié de página.
Día 3:
Martes. El bochinche de los
berretines me despertó temprano y confirmó lo que ya sabía. No era una
fantasía, no era una alucinación. Los hijos de mil putas estaban ahí otra vez,
en el jardín de mi casa, para recordarme y mortificarme por todo lo que había hecho
mal en mi vida. Me asomé por la ventana y los vi. Un sudor frío me corrió por
la espalda. Ya no eran una simple manga de pusilánimes como lo fueran la
primera vez. Se habían multiplicado. Evidentemente su orgía ignominiosa había
logrado sus objetivos, y el agua fría probablemente los había excitado aún más.
Me sentí solo y desamparado. Tuve miedo. Pero después sobrevino el otro
sentimiento, superador y adaptativo.
Estos malsines de despreciable laya
que se creen muy importantes por su linaje astral y su corporeidad etérea…
¿Quiénes se piensan que son? ¿Venir a molestarme a mí, a perturbar mi tan
difícilmente conquistada armonía? ¿Venir a tratarme de delincuente? No, señor.
Aunque tuviera que ir en sentido inverso del proceso, aunque tuviera que ir en contra
de los dioses plutónicos que dibujan con partículas subatómicas el destino
fútil del universo, lo haría igual, y les daría una lección. O por lo menos lo
intentaría. Oh, sí. Ya verían que lo intentaría.
Entonces agarré, y como poseído por
el mismísimo Lucifer, agarré (literalmente esta vez) el pote de burifandela
adulterada que guardaba en el altillo para ocasiones extraordinarias, y no tuve
mejor idea que sublimarlo sobre el susodicho círculo de sal que se supone debe
utilizarse en estas circunstancias, confiriendo así un efecto a la escena del
jardín y el apocalipsis una condición sumamente repelentoide y atípicamente
adulterada. Y tal cual como fue planeado, se fueron retirando uno por uno
aquellos insidiosos microorganismos, hasta que la brisa de la medianoche
terminó por purificar cualquier vestigio de su abyecta presencia. Esto lo
escribo ahora, entrado en la madrugada y arruinado por un whiskey barato,
porque claro, me vi obligado a telefonear a la oficina al mediodía para avisar
que no iba a ir. Les dije que padecía de estrés post-traumático a causa de
algunas apariciones transdimensionales que tuvieron lugar en mi jardín, y
obviamente fueron piadosos de mi situación. Ahora me voy a dormir, ya que me
cuesta bastante escribir. Pero si vuelven a aparecer esos ridículos esperpentos
voy a tener que tomar medidas más drásticas.
Día 4:
La incubación germinológica parece
haber alcanzado su nivel culmine de asimilación transgénica. La tropilla
insurrecta instala una cápsula hermética y homeostática que simula las
condiciones ambientales de su hábitat natural. Funciona como una suerte de
fortaleza donde parecen haberse replegado bajo unas nuevas directivas
estratégicas, esta vez más inteligentes, de contención y desarrollo a largo
plazo.
Inoportunamente
tocan a la puerta. Abro y me encuentro con una escena de lo más insólita. Uno
de estos personajes había tenido la osadía de acercarse a entablar un primer
contacto conmigo, un ser humano hecho y derecho. Se presentó como el malandrín facineroso, y vaya que tenía
aspecto de serlo. Agregó que era un funcionario intergaláctico responsable de
una misión de paz.
-
¿Qué querés? –Le dije.
-
Aaaaawkjekdjfkdjfkdjfkdññññ –Quería llevar a
cabo algún tipo de negociación.
-
Tomátelas de acá. Yo no transo con subnormales
como vos.
-
Kghjkjfkjrf
jjjjjeeEEEEññtttzocpzixpoczi!!!!1uno.
Ahí
me di cuenta que la cosa se había puesto seria. Por suerte, había contactado al
famoso control de plagas hace un par
de ratos y no debería de tardar en llegar. Mientras tanto observaba a ese enano
recalcitrante que parecía estar deseando que le dieran de más de mil bofetadas
con su aspecto presumido y satírico. Pedazo de imbécil.
Se escucha un efecto de sonido, como
de un vórtice hiperespacial que se abre camino desde un universo ignoto hasta
esta miserable locación que es nuestra realidad (¿cómo alguien puede querer
hacer semejante viaje para venir hasta acá?).
-
Sr K, me han informado que usted ha requerido
de nuestros servicios. He venido tan pronto como me fue posible. Entiendo que
en este tipo de casos la emoción prevalece sobre la razón. Servidor
Baph’O-Meth, a sus órdenes.
-
Sí, sí. Buenas tardes. Resulta que me encuentro
en una situación de excepción, con una supuesta colonia de seres inconcebibles
que han tomado posesión de una parte del territorio que me corresponde según
las legislaciones vigentes de los poderes que me someten. No es que quiera
involucrarme en asuntos de oscurantismo o en negociaciones de cuarta clase.
Nada más lejos de la realidad. Simplemente necesito que me den una mano para
repeler a este consorcio de vividores, sin lastimar a nadie, de más está
decirlo, que se creen capaces de utilizar mi jardín como incubadora de sus más
siniestros proyectos de propagación interdimensional.
La
presencia de este agente del control anti plagas era imponente. Tenía lo que
simulaba un rostro de cordero y una impenetrable túnica negra, densa como las
milunésimas noches de Arabia. Podría bien haber sido un impostor, quién sabe,
pero no me atreví a requerir las documentaciones correspondientes.
-
Naturalmente, debe usted estar al tanto de que
nuestros servicios no son baratos. Si bien nuestra organización no es
precisamente adepta al dinero, como según comprendo lo son en sus coordenadas
hiperespaciales, tampoco respondemos a una cultura ascética y desinteresada.
Usted comprenderá.
-
Ya habrá tiempo para discutir ese tipo de
cuestiones. Lo que urge en esta eventualidad es que me saquen ya a estos personajes
nefastos que ya no los aguanto más. No puedo dormir, no puedo cocinarme un
sánguche en el microondas, no puedo hacer nada, porque la presencia de esta
colonia corrupta me pone intranquilo e intransigente, en mi propia casa.
-
Así sea.
Día 5:
Lo
que ocurrió después de ese encuentro es muy difícil de transcribir en palabras.
Además, cada vez confío menos en mi condición psicológica, que parece haberse
deteriorado considerablemente. Sin embargo, trataré de describir los hechos con
la mayor precisión terminológica posible, y con el mayor abuso consciente de
adjetivos inservibles, tal como vengo haciendo hasta ahora.
“El
ballet cósmico ha comenzado. Ya nada podrá detener el proceso”, sentenció el
exterminador interplanetario, y como si hubiera pronunciado un discurso
maledicente con efecto de realidad, el cielo se tiño de oscuridad, a pesar de
que sólo un par de horas habían pasado desde la salida del sol, y un olor a
azufre vencido inundó la atmósfera. “No seas malo ¿Qué estás haciendo? Pará,
que se van a enterar todos los vecinos, el Ferretero”. No sé si habrán sido las
cuarenta y ocho horas de vigilia o qué, pero empecé a vivenciar una sensación
heteronómica de que lo real iba a volverse para siempre inatrapable y, empero,
a embriagarme con un poder supremo y arcano. Sentí la intensificación a la
enésima potencia de todos mis sentidos, y supe como por insight que los
invasores acechaban a la vuelta del pasillo, y que no iban a darse por vencidos
tan fácilmente. Por eso vine a continuar esta crónica unas líneas más, antes de
librar la última y definitiva batalla contra esos fatales súbditos del Rey
Exánime. Que la historia me juzgue y se apiade de mí, pero si ese ruido de
sigilo reptante y resiliente que se deja deslizar por debajo de la puerta son
ellos, no hay juez ni verdugo que nos salve. Estamos todos condenados. Que sea
lo que Dios quiera.
Hasta aquí llega el manuscrito
del sujeto K que encontraron las pericias policiales en su domicilio (junto con
otros efectos de valor pertinente a la investigación), que está en poder de
comisiones detectivescas protegido bajo secreto de estado. Este escueto texto
es la única información concreta que existe hasta el momento sobre el asunto
transdimensional que acaeció en el barrio porteño de Flores, la única evidencia
que puede arrojar alguna pista sobre el siniestro pozo sin fondo de locura al
que se vio arrojado el masculino en cuestión, y las todavía sin esclarecer
condiciones de su desaparición: nunca se encontró el cuerpo de K, ni vivo ni
muerto.
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