Guerra de fiscales



Guerra de fiscales

El agente Jhonson sabía que estaban detrás de él. Después de aquella publicación en el diario su nombre sonaba y resonaba en todos los sucuchos patógenos de la mafia judicial, que infectaba subterráneamente las raíces rizomáticas más profundas de la sociedad. La investigación que le derivaron había sido su maldición, pero también su camino hacia la salvación, ya que nunca antes se había enfrentado a un problema de tan harta complejidad como lo era desbaratar una red paraestatal de espionaje ilegal. El agente Jhonson, con su humilde trabajo de detective privado, ya pasado de moda en el siglo XXI, estaba acostumbrado a otro tipo de trabajos y tejemanejes, más triviales y rutinarios, referidos más bien a la vida cotidiana: maridos celosos, deudores morosos, espionaje ilegal, aprietes a jueces, etc. Pero la data que le bajaron en el expediente 0351, sobre el asunto transdimensional que acaeció en el barrio porteño de Flores, superaba todo lo que había visto en su vida, y era asimismo terrible desafío que estaba dispuesto a aceptar. Los medios hegemónicos se deshacían en esfuerzos titánicos para invisibilizar el suceso paranormal, pero las evidencias empíricas estaban a la vista. Luego de algunas entrevistas, uno que otro dato recolectado y varias deducciones elementales, Jhonson estaba muy cerca del núcleo duro de la cuestión, y lo que había descubierto cambiaría para siempre la realidad según la conocían los imbéciles escépticos que no creían en asuntos esotéricos y de ocultismo y solo se dedicaban a chuparle la pija al Dios de La Ciencia y El Mercado.

Ayer notó que alguien lo había empezado a seguir. Pero no le importó. Con la experiencia que tenía, no se iba a dejar intimidar por ningún perejil que flasheara policial noir, y mucho menos por uno contratado por un círculo rojo de hombres de negro que conspiraban en forma de fichas tomando un café jugando al teg a dominar el mundo. En la nueva audiencia judicial lo esperaban las cámaras. Siguió de largo sin dar entrevistas ni firmar autógrafos. “Acá están las pruebas, Señor Juez. Estamos en presencia de evidencia irrefutable sobre la existencia de una especie alienígena que se ha aparecido en nuestro tan querido barrio de Flores”. El Juez se hizo el pelotudo, y contestó con respuestas evasivas y hueras de significado, pero las cartas estaban sobre la mesa.

            Hoy le tocaba la reunión con su cliente. Se despertó milagrosamente temprano y caminó hacia la oficina. “Disculpe, ¿tiene fuego?”. Le pregunto un señor muy serio de traje gris. Gracias. De nada. Al llegar a la sala de conferencias se encontró con más gente de la que esperaba. “Detective Jhonson, sus descubrimientos son admirables”. Pero: “creemos que esta investigación excede sus capacidades y sería preferible desvincularlo de la misma”. Estupefacto, no podía creer lo que le estaban diciendo. En eso lo increpó el detective Máximo Cossetti y le susurró: “quédese tranquilo. Simule. A la salida lo va a recoger una camioneta negra patente JBB 194, donde le van a comunicar las nuevas directivas en la misión”. Al salir del juzgado, en la turbia camioneta lo esperaban unos personajes que nunca había conocido en su vida. Pensó que se había regalado. Pero no. Cuando se hubieran alejado cincuenta metros el juzgado explotó en mil pedazos causando un caótico e irreversible estupor en la sociedad. En el lugar del tribunal solo quedaba un cráter negro como el carbón.

La guerra de fiscales había comenzado.

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